Hoy voy a hablar del olor añejo, del ocre en las fachadas y los techos de tejas: esto es, claro está, del centro de la ciudad, no así de sus barrios periféricos que son como los de cualquier otra urbe europea. Dejarse perder por sus callejuelas, empinadas en gran parte, y descubrir un balcón floreado o una fachada con zenefa de cerámica es el encanto de los viejos barrios de Baixa y Alfama.
Tras una visita al Castillo de San Jorge, pasando por la Catedral de la ciudad (conocida como la Sé), para admirar las impresionantes vistas de una ciudad encaramada a ¿7? colinas, uno puede pararse en cualquiera de los restaurantes típicos que hay bajando a degustar uno de sus famosos bacalhaos, cocinados de 1000 maneras, una feijoada (potaje de judias con todo tipo de carne y demás), o uno de sus reconocidos vinos o Portos. En estos restaurantes con un plato te puedes quedar realmente lleno y haber disfrutado del ágape digno de un rey. Lo malo de la zona: las rampas. Ya he dicho que lisboa está entre siete colinas, pues bien, visitar la ciudad es un continuo sube-baja de calles imposibles, escaleras, rampas, etc. Se recomienda el uso de los tranvias y elevadores, porque sino uno acaba destrozado. Lo bueno que tiene esto son las vistas que hay en cada colina, uno descubre rincones con panorámicas increibles.
Vista desde el Castillo de San Jorge de los barrios de Baixa y Chiado
Azulejos en una fachada. De estos se encuentran a montones por estos barrios
Céntrica calle empinada de la ciudad
Interior de la Sé
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