

Tras descargar maletas salimos a dar una vuelta hasta la Acrópolis, el auténtico centro turístico del país. En el camino me pude dar cuenta como hay montones de inmigrantes, albanos en su mayoría, y se quedan en las esquinas charlando o en los cafés tomando un ídem durante largas horas (mas de uno seguía allí tras nuestro paseo de 6 horas, comprobado). Con la idea de los griegos que me traía de aquí, los empecé confundiendo, luego todo fue aclarado por la cicerone que nos "suministró" Jordi, y que tan bien se portó: Son inmigrantes, albanos, en su mayoría, algún armenio, algún rumano, pero no dan excesivos problemas y pese a que para el foráneo, la sensación de inseguridad aumenta un tanto, no hay nada que temer.

Otro shock importante fue el paseo por el mercado de la carne y el pescado. Nos adentramos en esa marabunta, donde la carne cuelga de insalubres palos y los dependientes te cortan el bistec con el cigarro en la boca, todo ello mientras el del puesto de enfrente da voces como si alguien le oprimiera los bajos exaltando la calidad de su carne. El que no corta carne ni grita se dedica a piropear a las mujeres que pasan por su lado. Toda una experiencia.

En resumen: primera impresión: inmigración y trapicheos como en España, gente a la que le gusta el llantar como en España, buenas infraestructuras: como en..... ????
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